¿Cuánto vale realmente una empresa? Es la pregunta que se hacen todos los empresarios en algún momento. Especialmente cuando las valoraciones que reciben varían de forma sorprendente. Y no es casualidad, ya que detrás de cada cifra hay supuestos, metodologías y perspectivas diferentes.
La valoración de empresas no es solo para cuando alguien quiere vender. También la necesitas cuando entra un socio, buscas financiación, repartes participaciones entre los hijos, o defines incentivos para tu equipo directivo. Lo que está en juegoes entender de verdad cuánto vale tu negocio, por qué lo vale… y qué podrías hacer para que valga más.
El precio no es el valor y confundirlos sale caro
Esta confusión se ve constantemente. Y es peligrosa.
Valor y precio son cosas distintas. El valor es una estimación razonada del negocio basada en datos, proyecciones y análisis. El precio… bueno, eso es lo que alguien está dispuesto a pagar y lo que acepta el vendedor. Puede estar muy por encima o muy por debajo del valor, dependiendo de urgencias, expectativas, sinergias o simplemente de cuánto le guste el negocio al comprador.
Un caso ilustrativo: una empresa de logística tenía un valor estimado de 8 millones, pero se vendió por 12. ¿Por qué? Porque el comprador necesitaba específicamente esa ubicación geográfica y esos contratos. Las sinergias justificaron la diferencia.
Por eso, antes de hablar de precio, hay que saber a qué valor se está jugando.
Los métodos
Descuento de Flujos de Caja (DCF)
Es el preferido cuando hay cierta estabilidad y puedes proyectar el futuro con algo de confianza. Básicamente proyectas cuánto efectivo va a generar tu negocio en los próximos años y lo traes al presente usando una tasa de descuento (el famoso WACC, que no es más que el coste de tu capital).
¿La ventaja? Refleja el potencial real del negocio. ¿El problema? Que depende de muchas suposiciones. Si hay errores en las proyecciones de crecimiento o en la tasa de descuento, todo el castillo de naipes se cae.
Un ejemplo: una startup tecnológica proyectaba crecer un 40% anual durante cinco años. Sonaba genial hasta que se analizó de dónde iba a salir ese crecimiento. Al final, las proyecciones más realistas estaban en torno al 15% anual. La diferencia en valoración fue brutal.
Múltiplos comparables
Aquí lo que haces es mirar cómo se han valorado empresas parecidas a la tuya, usando ratios como EV/EBITDA, PER, o múltiplos sobre ventas. Es útil para tener una referencia rápida y explicar por qué tu empresa no puede valer 50 veces sus ventas cuando las del sector cotizan a 2x.
Pero siempre hay comparables realmente adecuados. Se han visto valoraciones desastrosas por copiar múltiplos de empresas que solo se parecían en el nombre del sector, pero tenían modelos de negocio completamente diferentes.
Valoración por activos
Esta es la más directa: sumas activos, restas pasivos, y ya tienes tu valor. Funciona bien para empresas con mucho patrimonio tangible o que están en proceso de liquidación.
El problema es que se queda corta cuando la empresa genera valor principalmente por intangibles, tecnología, marca o capacidad de escalar. Una consultoría puede tener activos por 50.000 euros pero valer 2 millones por su cartera de clientes y conocimiento.
Y si nada de esto encaja
La realidad es que muchas veces hay que combinar métodos. Para startups hay modelos específicos, para empresas en sectores muy particulares también. Pero lo importante no es dominar todas las fórmulas del mundo. Es saber cuándo usar cada una y, sobre todo, cómo explicar los resultados sin perderse en tecnicismos que nadie entiende.
Lo que hace que una valoración sea realmente útil
Existen informes de valoración de 80 páginas llenos de gráficos preciosos que no sirven para nada. Y otros de 15 páginas que ayudan a cerrar operaciones millonarias. La diferencia no está en la cantidad de análisis, sino en si la valoración sirve para tomar decisiones.
Primero, se necesita una narrativa financiera que tenga sentido. Se trata de explicar con claridad qué hace que el negocio funcione: cómo entra el dinero, cuánto se queda realmente en caja, y si es repetible todo el proceso.
Un cliente contaba hace poco que su empresa «vendía tecnología». Cuando se profundizó, resultó que su negocio real era la implementación y el mantenimiento posterior. La tecnología era casi un commodity. Entender esto cambió completamente el enfoque de la valoración.
Segundo, la escalabilidad tiene que ser realista. ¿Puede crecer la empresa? ¿Cuánto y a qué coste? ¿Hay margen para subir precios sin perder clientes? ¿Se pueden abrir nuevos canales de venta?
Aquí es donde entra el trabajo fino. Explicar qué palancas tiene realmente el negocio para multiplicar valor sin multiplicar problemas proporcionalmente. Porque crecer por crecer no sirve si cada euro adicional de ingresos cuesta 1,20 euros conseguirlo.
El infomemo tiene que ser honesto. No es un catálogo de virtudes de la empresa sino un mapa del negocio que debe dejar claro qué se hace bien, qué riesgos existen, dónde están las dependencias críticas (ese cliente que representa el 40% de los ingresos, o el directivo sin el cual nada funciona), y cómo todo eso afecta al valor.
Y algo importante: hay que pensar como inversor. ¿Cómo va a ver la empresa quien ponga el dinero? ¿Qué puede hacer con ella que no se está haciendo ahora? Esta perspectiva es clave para construir valor, no solo para calcularlo.
Al final, se trata de claridad
Hacer una valoración de empresas no es aplicar fórmulas de forma mecánica. Es construir una visión clara, realista y útil de lo que vale el negocio hoy… y de lo que puede llegar a valer en las manos adecuadas.
¿Hay un proceso de venta, búsqueda de inversión, o reestructuración en marcha? ¿Se necesita saber qué vale realmente el negocio, no en teoría sino en el mundo real? Hablemos.